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Archive for 13 de marzo de 2010

La metamorfosis del Estado

Profundas mutaciones del espacio

público

Profundas mutaciones del espacio público

No es ocioso –cree la ensayista Leonor

Arfuch– preguntarse qué significa lo público.

«¿Son las calles, parques, edificios públicos?

¿El accionar del Estado, la «cosa pública»? ¿El

espacio del ágora, de la protesta, de la

opinión? ¿El espacio mediático? ¿El del

consumo?»

Por: Leonor Arfuch

PODER FISCAL. Entre lo público y lo privado, una institución con serias falencias.

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En el convulsionado mundo contemporáneo el espacio de lo público ha sufrido una profunda mutación. Por un lado, el despliegue sin pausa de las tecnologías de la comunicación, de la televisión satelital a la Internet, la telefonía celular, y un largo etcétera, ha ampliado el horizonte de la visibilidad del acontecer a límites insospechados. Por el otro, ha dado impulso a la tendencia, ya vislumbrada décadas atrás, de intrusión de lo privado –y lo íntimo– en lo público, difuminando aún más los umbrales, nunca nítidos, entre esos dos espacios clásicos de la modernidad.

Sin embargo, cuando en la era de la imagen un ojo orbital parece ser capaz de seguirnos a cualquier rincón del planeta, hay vastas regiones de lo público, en lo que hace a lo social y lo político, que quedan en la sombra, cobijadas por el secreto o el enigma, resistentes a lo que Jacques Derrida proponía llamar el «derecho de mirada», que nos permitiría exigir, en tanto ciudadanos, ver «detrás de la cámara» lo que no muestran/dicen las pantallas.

Así, no es ocioso preguntarse qué entendemos hoy por el espacio público: ¿las calles, parques, edificios públicos? ¿El accionar del Estado, la «cosa pública»? ¿El espacio del ágora, de la protesta, de la opinión? ¿El espacio mediático? ¿El del consumo? ¿El de las redes sociales de Internet, con su ilusión de participación en defensa de alguna «buena causa»…?

Acordemos o no con esta enumeración, lo que parece evidente es que ya no podemos anclarnos en el singular: hay varios espacios públicos, cada uno con sus usos, modalidades y regulaciones…, claro que algunos son más públicos que otros.

En esa gradación de lo «más público» campea sin duda el espacio mediático, que conjuga diestramente todos los registros: lo social, lo político, lo privado, lo íntimo. Una conjunción heterogénea de géneros y estilos donde se construye el espacio de lo público en su más amplia acepción. Un espacio eminentemente político, esta vez, en todas sus acepciones.

Llegamos aquí al meollo del asunto, al corazón de lo público, si pudiera decirse: la política en tanto administración –según autores– y lo político como pugna entre adversarios, articulación de demandas, lucha por la hegemonía. Sabemos que a ambos registros, aunque sucedan en ese incierto lugar del mundo que llamamos «realidad», sólo accedemos a través de los medios, que aúnan forma y sentido.

En esa obligada relación entre medios y política también se han producido mutaciones. Por un lado, el creciente involucramiento de los medios en la política, por el otro, el corrimiento de la escena política a la calle, la plaza, la ruta, el campo, el puente, la explanada… cronotopos móviles, cambiantes –¿una modalidad road movie de la política?– que devienen sitios emblemáticos de la protesta, donde diversas voces, encarnando idealmente la pluralidad democrática, se hacen oír. Instancias convocadas a menudo expresamente para la televisión, donde la cámara se perfecciona en la captura de los gestos y de los afectos, componente esencial de la política.

Sin embargo, la relación entre política y afecto no se agota en esos «efectos de pantalla».

Se juega también en las creencias, las sensibilidades, las tradiciones, las conversaciones, las verdades acendradas del sentido común. Un devenir fluctuante, que lleva, aún insensiblemente, de la política a la relación con el Estado, o más bien, con el imaginario del Estado, tal como aparece en las distintas voces del discurso social. Un Estado cuya presencia lejana y abstracta se plasma sin embargo en la materialidad cotidiana: lo que funciona, lo que no funciona, lo que afecta virtualmente nuestra vida pública y privada. Ese imaginario es extraordinariamente cambiante según las épocas, las coyunturas, las orientaciones del mercado, de la política y de la opinión.

Su noción misma puede estar ligada tanto al buen vivir –por ejemplo, el «Estado de Bienestar» cuyo ocaso se decretó en las últimas décadas– como al agravio rotundo a la vida y a la condición humana –el Terrorismo de Estado, del cual hemos tenido una trágica experiencia.

Lo cualitativo puede incluso traducirse en lo cuantitativo: «menos Estado» o «más Estado», una expresión que se hizo corriente con las privatizaciones de los 90 y su más allá, aunque resulte difícil dirimir los términos –paradójicos– de esa ecuación: sólo una fuerte injerencia del Estado pudo hacer posible su «reducción». ¿Qué imaginarios del Estado se delinean hoy entre nosotros, transcurrida casi una década del nuevo siglo que comenzó con la consigna antipolítica del «Que se vayan todos»?

¿Qué cambios en la subjetividad?

Un primer acercamiento a las expresiones más corrientes del discurso social mostraría un escenario de neta confrontación: por un lado, un reclamo sostenido por la ausencia –o ineficiencia– del Estado en cuestiones tales como la (in)seguridad, la pobreza, la desocupación, la salud pública, la educación, la vivienda, el resguardo de los bienes, la seguridad jurídica, el desarrollo productivo, la expansión del comercio, la suba de los precios, el contralor de los espacios públicos, los efectos del cambio climático y hasta el sentimiento de bienestar de los ciudadanos, la felicidad de los niños o el precario futuro de los jóvenes atacados por la «inacción».

Por el otro, el rechazo de su excesiva «presencia»: la voracidad fiscal del Estado que se inmiscuye en los negocios privados, su carácter rapaz, que lo lleva a «meter la mano en el bolsillo» de diversas maneras, su pretensión reguladora de las lógicas del libre mercado y de la competencia, el uso abusivo de sus potestades, su desmesura en el gasto público…

Curiosamente, esta confrontación, que pone en escena la típica identificación entre Estado y gobierno –tal vez un genuino rasgo autóctono– no se da entre dos «bandos» diferenciados sino a menudo en una misma posición: al tiempo que se reclama por la ausencia se reniega también de la «presencia».

Una tensión irresoluble donde convive la figura de un «Otro» protector, responsable de todo lo que ocurre, a escala doméstica o global –y entonces siempre en falta– y un Otro demandante (de recursos) a quien se cuestiona permanentemente su intervención. Así, mientras se le pide al Estado que garantice el bienestar de todos (en cualquiera de sus formas), se omite el costo que tiene el brindar nuevos y mayores servicios. Lo cual trae al ruedo la cuestión de las prioridades, que obviamente no son las mismas para todos.

¿Cuál sería entonces el Estado ideal, que sepa conciliar tantos deseos utópicos?

Entre las múltiples respuestas posibles elegimos algunas: un Estado que se oriente siempre a garantizar la equidad (contributiva y distributiva) en la asignación de obligaciones y beneficios; que considere la pobreza no como un «escándalo moral» sino como un problema económico y político prioritario; que tenga un grado de legitimidad y reconocimiento social mucho mayor, más allá de las decisiones coyunturales; que tenga una fuerte representatividad y participación de los distintos sectores sociales en la toma de decisiones; que sea capaz de garantizar la continuidad de procesos y de experiencias transformadoras para la comunidad sin empezar cada vez de cero; que respete las libertades individuales; que se acerque un poco más al Estado de Bienestar; que enfrente la corrupción; que no combata la inseguridad con represión y autoritarismo sino atendiendo a sus causas; que no aliente el miedo, el odio o la delación como relación social; que no sea un fin en sí mismo sino uno de los medios para poder imaginar horizontes comunes y al mismo tiempo capaz de potenciar singularidades.

Ahora, ¿qué sociedad podrá estar a la altura de tales desafíos? Porque no hay un «Estado ideal» sin una sociedad que lo haga posible. Imaginemos una donde pueda alojarse el desacuerdo en la política, que acepte el conflicto como constitutivo de la democracia –sin demonizarlo– y donde una ética del discurso presida las instancias de la comunicación.

El signo de la escuela pública
Por Ines Dussel
¿Cuál es el signo con el que recordaremos a la escuela pública de esta última década? ¿Será que habrá espacio para ver avances, o todo quedará acotado por la impresión de deterioro que se expande como diagnóstico implacable sobre la educación y la sociedad argentinas? 2010 llega en el marco de «ánimos crispados». La década que termina abrió con una crisis de grandes proporciones. El 2001 es todavía una herida abierta entre nosotros, lo que se evidencia en las conductas políticas y también en los climas sociales. En las escuelas públicas, la sensación de desamparo y caída abrupta de esa crisis hizo que creciera su función social de contención y refugio a expensas de sus tareas más propiamente instruccionales. La matrícula escolar creció consistentemente, sobre todo en el nivel inicial y en el tramo inicial de la escuela secundaria, impulsada por una renovada apuesta social por la educación como medio de salir del pozo.

La clase media urbana siguió migrando a la escuela privada, y el sector público se concentra en los sectores más pobres, rurales y con trayectorias escolares más difíciles y desafiantes. Las nuevas tecnologías imponen otras condiciones de trabajo en las aulas y prometen trastocar las relaciones de poder y los criterios de verdad en pocos años. En otras palabras, hay ampliación, cambio de funciones, crecimiento desigual, y no se revierte una tendencia a la fragmentación social que, por otra parte, está ocurriendo en muchos otros ámbitos de la sociedad (salud, vivienda, políticas de seguridad ciudadana).

Es interesante detenerse a pensar en los efectos que produjo esta ampliación de la oferta y de la obligatoriedad en las escuelas públicas. Por el lado de quienes se incorporan a la escuela por primera vez en generaciones, implica un salto importante en su horizonte social, aunque todavía hay que darle contenido más sustantivo a esa promesa de acceso al saber que hace –y cumple débilmente– la escuela.

Por el lado de los docentes, estas demandas son recibidas con respuestas polarizadas. Un grupo importante vuelve a afirmar un sentido de compromiso militante y de orgullo del oficio que hacía décadas no se veía, muy apoyado en discursos sindicales y en una perspectiva casi heroica de la profesión. Pero también se afirma en otros docentes la frustración y el resentimiento, que se expresan en la nostalgia de la vieja escuela argentina y en una supuesta superioridad moral para condenar y expulsar a los recién llegados. Habrá que elaborar políticas educativas de largo alcance y de ambiciones generosas para que volvamos a tejer algo de lo que viene fracturándose, y para que la escuela cumpla esa función de abrir nuevas puertas al saber y a un futuro mejor en la que seguimos confiando.

original en revista Ñ:

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La Banca no puede gobernar la UE

Grecia y la recesión económica de origen financiero están dejando en entredicho la capacidad de la Unión Europea y de los propios gobiernos para afrontarla. La situación mundial es frágil porque continúa la crisis del sistema bancario globalizado, que es estructural como se ha afirmado repetidamente en el reciente Foro de Davos, donde los banqueros han dejado ver su oposición a las reformas anunciadas por el G-20 y reafirmadas por Obama.
Desde luego, esta crisis ha revelado claramente las carencias de la Unión y, en particular, del Eurogrupo; empeñados en que sea únicamente la zona del euro con reglas imposibles y un Banco Central que no controla las cuentas de los bancos nacionales, aunque les presta dinero. Al no tener una autoridad política común ni mecanismos para instrumentar soluciones para la crisis, se tuvo que recurrir a los acuerdos políticos en el Consejo europeo, que la desinformación reinante los adornaba como éxito institucional. Pero la aplicación de las modificaciones del Tratado de Lisboa ha puesto en claro que no hay nada previsto para prevenir el riesgo de suspensión de pagos de un Estado miembro al que se ha privado de sus anteriores competencias. Y el reciente intento en Bruselas para acordar una ayuda a Grecia se ha quedado en simple declaración de apoyo, traducido en la imposición de ajustes presupuestarios y recortes de derechos sociales; es decir, la vieja receta neoliberal, con el inri de que Reino Unido y Suecia, que no tienen euro, preferían que acudiera al FMI, como habría tenido que hacer cualquier otro país con moneda propia. ¿Dónde queda, pues, la Unión?
Recordemos que, salvado el desconcierto del primer año de crisis, el debate europeo se planteaba sobre si habría o no decoupling (desconexión de la crisis destapada en Wall Street), olvidando que la UE carece de controles europeos frente a las idas y venidas del capital o las operaciones internacionales de los bancos europeos; que habían acopiado en sus carteras valores respaldados por las famosas hipotecas subprime, sin garantías, ingeniadas en EEUU. Y así, Reino Unido, Alemania y el Benelux se vieron obligados al rescate de bancos grandes y menos grandes a costa del contribuyente. Luego, en noviembre de 2008, otro acuerdo político de mera coordinación europea dejó en manos de los gobiernos las opciones de bajada de impuestos o aumento del gasto para estimular la economía. Pero ahora ha quedado muy clarito que la disposición comunitaria para ayudar a la banca no se aplica cuando se trata de ayudar al recién estrenado Gobierno socialdemócrata griego, al que se le obliga a resolver por sí mismo los problemas en el marco de limitaciones impuestas por una Europa incapaz de cooperar para superar la vulnerabilidad que ella misma entraña para sus miembros.
Y la paradoja es que, después de haber contribuido a salvar el sistema, los gobiernos europeos se encuentran políticamente debilitados para afrontar la insuficiencia del crédito y la disminución acusada de la actividad económica con cierres de empresas y elevado nivel de paro, con el consiguiente déficit fiscal; las diferencias intraeuropeas son de grado. Pero los gobiernos afrontan la fragilidad de sus economías y sus finanzas sin haber rentabilizado políticamente el decisivo apoyo prestado a la banca. E incluso, como es evidente en Reino Unido (igual que en EEUU), el sistema bancario se mantiene sostenido por los contribuyentes sin las reformas anunciadas para una mayor transparencia y control. Y hay que recordar que las privatizaciones de empresas y bancas estatales que demandaba el fundamentalismo neoliberal –como ocurrió en España– hicieron que el 90% de los ingresos públicos de los estados europeos provengan sólo de los impuestos, teniendo que cubrir con deuda externa los altibajos de esos ingresos en función de la coyuntura económica; es decir, son dependientes de los “mercados”, eufemismo mediático para designar el poder financiero de la banca. Grecia es todo un paradigma del resultado de una Europa inspirada por el neoliberalismo insertado en los últimos tratados.
La Unión no está dotada de instituciones comunes propias para afrontar la crisis; y como parte del Eurogrupo, el Gobierno griego –que no puede restringir su comercio exterior, ni controlar los movimientos de fondos, ni devaluar su euro, ni tampoco recibir préstamos del FMI, que pondría condiciones monetarias que no dependen de Atenas– se ve obligado a endeudarse para cubrir el déficit fiscal acumulado. Y ahora se encuentra condicionado por esa dependencia de los “inversores” foráneos, de fondos especulativos que revolotean por el mundo en busca de altas rentabilidades bajo la opacidad de las finanzas globales, porque la Unión se define en sus documentos como un simple “espacio financiero europeo”. Y las apuestas “inversoras” oscilan con los simples comentarios de las agencias privadas de calificación crediticia o si barruntan que Alemania nunca dejará que Grecia llegue a ser la Argentina de 2001, ya que una buena parte de la deuda pública griega está en manos de aseguradoras y bancos alemanes. Pero la profunda raíz del problema europeo ya fue denunciada en carta de mayo de 2008 dirigida a Barroso como presidente de la comisión, que firmaban Jacques Delors y otro antiguo presidente de esa comisión más 12 ex líderes de la socialdemocracia europea, antiguos ministros de finanzas o jefes de gobiernos como Helmut Schmidt y Lionel Jospin, quienes, con la experiencia de sus errores ya históricos, resumen su pensamiento en una frase del texto: “¡Los mercados financieros no nos pueden gobernar!”.

Juan Hdez. Vigueras es autor, entre otros libros, de ‘La Europa opaca de las finanzas’
Publicado en el diario PUBLICO viernes, 5 marzo 2010

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La revista catalana de pensamiento social
más leída en el mundowww.revistalafactoria.eu
 
Imprimir Enero – Febrero del 2010 · nº 45 – 46 

Creatividad y competencia: La cultura

como reactivo

Pep Fargas

Resulta indudable que la fluidez en las comunicaciones, tanto presenciales como virtuales, bien afecten a individuos o a colectivos, está propiciando un cambio de paradigma global basado en la desaparición de las distancias y, en consecuencia, en el establecimiento de lo que podríamos llamar nuevas geografías en red, donde el concepto de vecindad, más allá de su acepción clásica, adquiere una connotación más cercana a la camaradería en cuanto a que aquello que se comparte en la proximidad no resulta un espacio físico -el rellano, la escalera o el barrio-, sino un concepto -un proyecto, una idea, una afición-.

Desde esta perspectiva se entiende la generalización de las llamadas redes sociales como, Facebook, Myspace, Twitter; redes profesionales como Linked-in, Xing, Viadeo;  el desarrollo de programario para la construcción de entornos socioacadémicos como Moodle;  y la profusión de relaciones colaborativas desarrollando conceptos abiertos como Innovación Abierta, Conocimiento Abierto o Compartido, o el llamado Programario Libre.

En el terreno económico, ya hace años que Europa está transformando su sistema productivo del sector industrial al sector servicios. Si bien es cierto que es un proceso desigual, de ritmos distintos y siempre traumáticos, también lo es que resulta inevitable e imparable. Concretamente, la transformación se centra en la creación de empresas de los llamados subsectores cuaternario y quinario, es decir, empresas de servicios de alto valor conceptual donde, muy a menudo, la creatividad y la innovación representan la materia prima.

Peter Hall, geógrafo, catedrático de urbanismo en el University College of London, sostiene en su obra “Cities of tomorrow” que “en 2025 entre el 80 y el 90% de la mano de obra de las economías desarrolladas se enmarcará en el sector servicios y, entre el 60 y el 70% (de ese 90%) lo hará en empresas de producción o intercambio de información”, o, lo que es lo mismo, en empresas del sector cultural, también llamadas industrias creativas.

Éste sector, está adquiriendo una notable relevancia en el conjunto de la economía mundial, de tal forma que en EE.UU.  ya representa el segundo sector industrial en importancia, detrás de la industria armamentística y, en España, la industria cultural, con más de un 4% de aportación al PIB, ha pasado delante de  sectores tan emblemáticos como los de la construcción y el automóvil.

En nuestro país, parece ser que el mundo económico está tomando conciencia de esta nueva realidad. Resulta sintomática y esperanzadora la organización de “e+c= Congreso Internacional de Economía y Cultura” por parte de la Cambra de Comerç de Barcelona, con el concurso del Ministerio de Cultura, celebrado durante éste año con la participación de figuras relevantes del mundo cultural, académico y económico, donde se presentaron interesantes iniciativas empresariales y se debatió sobre el futuro de la industria creativa e innovadora. Así, al lado de las grandes empresas del sector, como los Grupos Godó y Planeta, Focus, Grup 62 y  Abacus, pudieron conocerse experiencias tan estimulantes como BMAT, Cromosoma, La Máquina China o Funky Projects.

El encuentro resultó esperanzador, a pesar de la ya clásica deriva hacia la cuestión interminable de la gestión de derechos, y digo bien, porque una vez más se puso en evidencia que el problema está justo en la gestión, que no en el reconocimiento mismo de los derechos de autoría, y la incapacidad de adaptación de algunos de los negocios propios de la distribución y difusión de la cultura, frente a la generalización y diversificación de accesos a los contenidos culturales.

La revolución del acceso universal

Sin embargo, en ésta generalización del acceso está precisamente la base del cambio de modelo social, político y productivo, es decir, el cambio cultural radicalmente revolucionario.

Tal como apuntó Imma Tubella, Rectora de la Universitat Oberta de Catalunya, “hay que tomar conciencia que no se le pueden poner puertas al campo”, rebatiendo unas dramáticas declaraciones de la ministra de Cultura, Ángeles González Sinde, en su intervención en el acto inaugural del congreso ya citado, quién dijo sentirse preocupada por el futuro de “cientos de acomodadores de nuestras salas de cine” frente a la profusión de descargas de películas por Internet”.

Habrá que ver hasta que punto resultan auténticas las expectativas del mundo económico sobre el sector cultural, o, lisa y llanamente, se trata de un movimiento táctico fruto del entorno de crisis generalizada.

Sea como sea, y al margen de que el olfato económico acierte en la prospectiva, la realidad es que, por primera vez en la historia, las relaciones en red pueden ser universales creando estas nuevas geografías, en las cuales todos podemos conectar con todos.

Este nuevo mapa de relaciones pone en entredicho el marco actual de transmisión del conocimiento: el sistema educativo, las escuelas, institutos y universidades, los centros culturales, la investigación, los laboratorios de innovación en las empresas, los medios de comunicación, así como las ciudades como entornos educativos, deben replantearse con urgencia su cometido en este nuevo escenario interactivo y colaborativo.

¿Es posible la autoadaptación de todos estos sectores de manera que devengan espacios para el encuentro donde la colaboración para la innovación y el intercambio de conocimiento sean su principal objetivo?

Más concretamente, ¿podemos esperar su redefinición como Miting Points del conocimiento de manera automática?

Al margen de honrosas y esporádicas excepciones, a tenor de la situación actual y de las más que evidentes dificultades de definición y adaptación a las nuevas realidades en las que se encuentran los centros de enseñanza, los centros culturales, las empresas, y los medios de comunicación, habrá que convenir que el cambio no parece la perspectiva más plausible, al menos a corto plazo.

Reivindicación de la política

De nuevo, y a pesar de, o tal vez debido a “la que está cayendo”, hay que reivindicar la política en el sentido más puro y esencial del término para  consensuar, diseñar y proponer el mejor futuro colectivo. Solo una decidida política pública en nuestras ciudades, como el entorno político mas próximo al ciudadano, puede abordar con éxito el reto de la transformación en entornos creativos e innovadores de las caducas estructuras industriales.

¿Cómo establecer estas condiciones? O aún más, ¿cuáles son las condiciones necesarias para transformar nuestras ciudades de la manufactura industrial a la creación innovadora y los servicios relacionados con ella?

No es una cuestión sencilla, dado que los estudiosos de estos procesos no se ponen de acuerdo ni en establecerlos ni en cuantificarlos:

De una parte parece que, con gran aceptación entre algunos de nuestros gestores políticos, según se deduce de la citas de los ponentes en las I Jornadas sobre las Ciudades Creativas celebradas en Sitges el mes de septiembre del año pasado, Richard Florida, geógrafo y profesor de teoría económica de la Universidad de Toronto, inventor del concepto «Clases»

La teoría de las tres T

«Creativas» para definir los trabajadores ocupados en los sectores de la creación, la innovación, el arte y el conocimiento, piensa  que la clase creativa está abandonando las grandes ciudades para trasladarse a zonas que le resultan más atractivas «buscando servicios y experiencias de calidad, tolerancia ante cualquier tipo de diversidad y, sobre todo, oportunidades para reforzar su identidad como personas creativas «. Popularmente se conoce esta teoría como la de las tres T: Talento, Tolerancia y Tecnología.

Florida, incluso ha establecido un catálogo de indicadores para medir el mayor atractivo de un lugar sobre otro. En concreto propone contabilizar el número de industrias de alta tecnología, el índice “per capita” de patentes que supongan algún tipo de innovación, el número de parejas homosexuales que viven en la región, el número de artistas creativos, la cantidad de personas con titulación mínima de bachillerato, los extranjeros que viven en la ciudad -índice melting pot- y el cruce de estos índices para establecer un baremo sobre la diversidad y la creatividad.

Naturalmente, se trata de una valoración a la americana, me temo que incluso muy contextualizada en el noroeste del país, que se puede aplicar con mayor o menor fortuna en nuestro entorno para cuantificar el talento, la tolerancia y la tecnología.

A pesar de ello, hay que reconocer que la teoría de las tres T propone una tesis interesante, al incorporar un entorno abierto a las innovaciones culturales como condición decisiva para la emergencia de la clase creativa, además de las ya previsibles sobre la formación, industrias de alta tecnología y patentes de innovación.

En una línea bien distinta, el ya citado Peter Hall, con motivo de la entrega del Premio Europeo del Espacio Público Urbano 2008 en el CCCB, dictó la conferencia «Europe’s Urban Civilisation in a Virtual World» donde buscó un enfoque histórico analizando seis «ciudades creativas»: Atenas, Florencia, Londres, Viena, París y Berlín en varios momentos de su historia, los cuales considera particularmente creativos. Hall llega a varias conclusiones, algunas de ellas coincidentes con Florida, pero otras sustancialmente diferentes:

Todas estas ciudades representaban un punto de atracción para la inmigración, a menudo muy acelerada; todas ellas eran también ciudades cultivadas en las que, mayoritariamente, la cultura estaba en manos de la burguesía, aunque el público, los actores, los creativos, a menudo eran inmigrantes recientes. Es decir, eran ciudades cosmopolitas en el sentido de incorporar con rapidez al recién llegado al tejido social, productivo y cultural.

Finalmente Hall concluyó: «Todas éstas eran ciudades en transición, una transición hacia adelante, hacia modelos de organización nuevos e inexplorados»

Siete condiciones para generar un entorno creativo

Considerando estas dos visiones, como hemos visto no necesariamente antagónicas, y sirviéndonos de los conceptos abiertos que hemos relacionado en el primer párrafo, podemos proponer siete condiciones que bien pudieran propiciar el cambio hacia un nuevo sistema social, basado en la creatividad y la innovación, fácilmente aplicable a ciudades de mediano tamaño.

  • El conocimiento compartido como factor clave en la toma de conciencia individual de la capacidad creativa.Los ciudadanos deben entender su participación individual cómo una parte esencial de la capacidad creativa del conjunto. Para ello, la administración debe propiciar esta toma de conciencia estableciendo los canales de participación y puesta en valor de las aportaciones.
  • La configuración cosmopolita del entorno configura un mapa de la diversidad con un gran potencialidad creativa.A mayor diversidad, mayor amplitud de las aportaciones creativas. Tradicionalmente nuestras ciudades han acogido un elevado número de personas procedentes de procesos migratorios, las cuales pueden aportar creatividad y innovación de alto valor.
  • Un entorno físico cercano a la naturaleza propicia una mayor calidad de vida y un ritmo vital menos acelerado.No son desdeñables los movimientos como “Slow Cities”, especialmente en sus conceptos inspiradores, donde prima el bienestar del ciudadano sobre el crecimiento por el crecimiento. Un entorno relajado de pequeño tamaño permite la implicación del ciudadano en su diseño y, en consecuencia, una mayor adaptabilidad.
  • La calidad de los servicios, especialmente los de comunicaciones, que eviten desplazamientos innecesarios.Resulta una obviedad, pero es aun necesario recordar que no es lo mismo comunicarse que desplazarse. Precisamente una mayor fluidez de las comunicaciones -telecomunicaciones- evita costosos e insostenibles desplazamientos. Las administraciones deben tener como una prioridad absoluta la necesidad de conectar en red todo el territorio por medio de cable de fibra óptica. Hoy por hoy, y desde los años 70 del siglo pasado, resulta el único soporte que permite relaciones simétricas, es decir, de igual capacidad para el envío y la recepción de información. La conexión universal y no especulativa debería dejar de ser una utopía, como en su día dejó de serlo la distribución de la electricidad.
  • La transición hacia nuevos modelos de relación incorporando el conflicto como un elemento positivo para la generación de nuevos valores.La gestión de la diversidad puede positivar el inevitable conflicto con la incorporación de la crítica, como un elemento imprescindible en los procesos de innovación y de participación. Tratándose de un cambio de valores requiere una adaptación de la política pública que estimule actitudes críticas y participativas.
  • El reconocimiento de la propiedad compartida de las creaciones elaboradas en procesos abiertos.Desde un primer momento debe reconocerse la autoría compartida en los procesos abiertos. No se trata de jerarquizar los procesos entre diseñadores, usuarios críticos, emprendedores o ingenieros. Todos ellos están comprometidos por igual en el resultado de la creatividad y, todos ellos también, disfrutarán de los beneficios generados.
  • El establecimiento de políticas públicas que garanticen el acceso generalizado al conocimiento.Hay que destacar la necesaria intervención de la Administración Pública en la apertura del proceso a toda la población. En la innovación abierta no puede haber exclusiones de ningún tipo sin una pérdida importante en el conocimiento conjunto, por eso hay que establecer como fundamento el reconocimiento de la diversidad y de la puesta en valor de todas y cada una de las aportaciones.

En este contexto, la ruptura de la brecha digital resulta un elemento básico para dar forma a cualquier proyecto basado en el principio del conocimiento abierto. Si convenimos la necesidad de colaboración universal para llegar a un conocimiento más amplio, no podemos perder ninguna de estas colaboraciones sin que se resienta el resultado final. Es decir, no sólo debemos actuar desde la administración con políticas públicas que faciliten el acceso de todos los ciudadanos a las TIC para evitar la exclusión social, sino que debemos promover que este acceso sea colaborativo, creativo y crítico, para que represente una aportación significativa al conocimiento común.

Algunos ejemplos en casa

Un ejemplo notorio y muy cercano es el Citilab de Cornellà de Llobregat, un nuevo espacio de relación, en el que se experimenta el trabajo colaborativo con distintos colectivos: ciudadanos y ciudadanas a título individual, asociaciones cívicas y culturales, escuelas e institutos, Empresas Spin-off, universidades, comerciantes,. Siempre respaldados por la infraestructura tecnológica y el personal experto necesario para hacerla realmente accesible a todos, es decir, por una política decidida y comprometida en el éxito de la empresa.

También resulta interesante la experiencia recogida por los Living Labs, procesos de colaboración inspirados en el open innovation, para la definición y gestión de multitud de productos y servicios. Algunos de ellos como el de «Río Nacimiento», en la localidad de Abla en Huelva, aprovechan su carácter marcadamente rural para gestionar participativamente la globalidad de servicios ciudadanos, desde los culturales a los socio-sanitarios y asistenciales.

Otra experiencia interesante, que parte del sector cultural, es Anella Cultural, un proyecto que pretende la conexión bidireccional entre los centros culturales de 15 ciudades, que ya compartían actividades culturales y de formación de gestores, de manera que puedan compartir una programación conjunta, la cual abarca, desde la transmisión de algunas de las óperas del Gran Teatre del Liceu a los teatros municipales de la red a talleres para la población escolar producidos por el Ciclo Now del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, o a la programación de actividades de nuevo cuño, como un ciclo de conferencias sobre arquitectura catalana, con la participación de las ciudades conectadas y alumnos de la Cátedra de Cultura Hispánica de la Indiana University junto con otras universidades en EE.UU..

Cultura e innovación

Anella Cultural, proyecto impulsado por el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, la Fundació I2CAT y Transversal, xarxa d’activitats culturals, pone de manifiesto cómo un proyecto surgido del sector cultural puede y debe implicar a otros sectores, operando como punta de lanza de la innovación aplicada a las relaciones ciudadanas.

Tradicionalmente el binomio cultura-innovación no ha operado con fluidez. Además de una evidente falta de recursos asociada a los proyectos culturales, que ha hecho difícil el acceso al equipamiento necesario para abastecerse de tecnología, el alejamiento hay que buscarlo en razones mucho más profundas, posiblemente vinculadas a la separación de las Humanidades y la Ciencia que se inicia a partir del siglo XIX. Jordi Llovet, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universitat de Barcelona, apunta la irrupción de la máquina de vapor y el impulso definitivo a la tecnología fabril manufacturera, como el elemento que dio la puntilla a esta separación. Curiosamente, en estos momentos de crisis de la industria y del cambio hacia la sociedad de la información y del conocimiento, es cuando se plantea con más claridad la necesidad de la confluencia de la ciencia y la tecnología como partes integrantes de la cultura.

Hoy es raro encontrar proyectos culturales en los que no se utilice la tecnología, como sería extraño no encontrar esta tecnología en la vida cotidiana de las sociedades europeas. Cualquier proyecto o proceso, sea o no sea cultural, incorpora las herramientas tecnológicas básicas, sin las cuales no sería realizable. Los centros culturales, museos, teatros, bibliotecas, disponen de material tecnológico para desarrollar su función: ordenadores, proyectores, pantallas, conexiones telefónicas. Muchos de ellos, además, utilizan software específico para instituciones culturales: control de iluminación en teatros y exposiciones, digitalización de fondos documentales, espacio web de información de actividades y, últimamente, algunos de ellos han comenzado a desarrollar redes sociales: Facebook, Twiter, Myspace… con la voluntad de implicar a sus usuarios en la actividad y los eventos programados.

No obstante, el reto actual es superar el uso de la tecnología como una herramienta para el funcionamiento de los centros culturales y conceptualizar la ciencia y la tecnología como partes integrantes de la cultura, del mismo modo que contemplamos disciplinas tradicionalmente consideradas como Humanidades. 

Varios estudiosos, profesionales y artistas, trabajan hace años en esta idea, es decir, el acercamiento de la cultura y la tecnología de manera que puedan apropiarse una de la otra, acuñando términos como netart, artdigital, tecnocultura, Internet de las culturas, y promoviendo experiencias algunas de ellas muy próximas y con un éxito notable como la ya expuesta Anella Cultural, Òpera Oberta, Mapa d2, Art futura, Factoría de Talents, Metamembrana.

Asimismo cabe destacar el papel de la Fundación I2CAT, y muy especialmente del profesor de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), Artur Serra Hurtado, doctor en Antropología Social y Director Adjunto de ésta Fundación: él ha sido el alma de muchos de estos proyectos.

Serra afirma que las TIC no son exclusivamente una herramienta y que se pueden considerar como un arte en sí mismas de manera que, teniendo en cuenta las capacidades creativas de quienes las inventan, la cultura del siglo XXI será claramente tecnológica y creativa, superando la clásica separación entre la Ciencia y las Humanidades. Asimismo, está convencido de la evolución de Internet hacia otro Internet 2, mucho más capaz y desarrollado. Basado en contenidos audiovisuales -no alfabéticos-, promueve el acceso a la red de culturas hoy en día excluidas por razón del contexto alfabético. La mayor capacidad de transmisión de información permitirá también el desarrollo de un nuevo arte digital, generando nuevos espacios físicos en las ciudades, que acogerán estas nuevas comunicaciones artísticas.

Entonces, el reto político está claro, la intervención de la administración pública resulta imprescindible para reinventar un sistema educativo basado en la creatividad y la imaginación, rediseñar los centros culturales como lugares de encuentro, crear ámbitos para la libre colaboración ciudadana -físicos o virtuales-, promover procesos de inmersión en el uso de la tecnología, facilitar el acceso al conocimiento y a la información en igualdad de condiciones, propiciar la colaboración abierta como valor necesario para la gestión común de las nuevas empresas del sector del conocimiento y la innovación, y, muy especialmente, aplicar este cambio a la regeneración democrática, la participación ciudadana y el control público de la gestión política.

Pep Fargas.
Gestor Cultural. Gerente de Transversal, xarxa d’activitats culturals.

www.revistalafactoria.eu
 

 

original en la factoría:

http://www.revistalafactoria.eu/articulo.php?id=500

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CEI : CENTRO DE ECONOMÍA INTERNACIONAL:

«Panorama Comercial Argentino Nº62»

pca62

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