Imprimir Enero – Febrero del 2010 · nº 45 – 46
Creatividad y competencia: La cultura
como reactivo
Pep Fargas
Resulta indudable que la fluidez en las comunicaciones, tanto presenciales como virtuales, bien afecten a individuos o a colectivos, está propiciando un cambio de paradigma global basado en la desaparición de las distancias y, en consecuencia, en el establecimiento de lo que podríamos llamar nuevas geografías en red, donde el concepto de vecindad, más allá de su acepción clásica, adquiere una connotación más cercana a la camaradería en cuanto a que aquello que se comparte en la proximidad no resulta un espacio físico -el rellano, la escalera o el barrio-, sino un concepto -un proyecto, una idea, una afición-.
Desde esta perspectiva se entiende la generalización de las llamadas redes sociales como, Facebook, Myspace, Twitter; redes profesionales como Linked-in, Xing, Viadeo; el desarrollo de programario para la construcción de entornos socioacadémicos como Moodle; y la profusión de relaciones colaborativas desarrollando conceptos abiertos como Innovación Abierta, Conocimiento Abierto o Compartido, o el llamado Programario Libre.
En el terreno económico, ya hace años que Europa está transformando su sistema productivo del sector industrial al sector servicios. Si bien es cierto que es un proceso desigual, de ritmos distintos y siempre traumáticos, también lo es que resulta inevitable e imparable. Concretamente, la transformación se centra en la creación de empresas de los llamados subsectores cuaternario y quinario, es decir, empresas de servicios de alto valor conceptual donde, muy a menudo, la creatividad y la innovación representan la materia prima.
Peter Hall, geógrafo, catedrático de urbanismo en el University College of London, sostiene en su obra “Cities of tomorrow” que “en 2025 entre el 80 y el 90% de la mano de obra de las economías desarrolladas se enmarcará en el sector servicios y, entre el 60 y el 70% (de ese 90%) lo hará en empresas de producción o intercambio de información”, o, lo que es lo mismo, en empresas del sector cultural, también llamadas industrias creativas.
Éste sector, está adquiriendo una notable relevancia en el conjunto de la economía mundial, de tal forma que en EE.UU. ya representa el segundo sector industrial en importancia, detrás de la industria armamentística y, en España, la industria cultural, con más de un 4% de aportación al PIB, ha pasado delante de sectores tan emblemáticos como los de la construcción y el automóvil.
En nuestro país, parece ser que el mundo económico está tomando conciencia de esta nueva realidad. Resulta sintomática y esperanzadora la organización de “e+c= Congreso Internacional de Economía y Cultura” por parte de la Cambra de Comerç de Barcelona, con el concurso del Ministerio de Cultura, celebrado durante éste año con la participación de figuras relevantes del mundo cultural, académico y económico, donde se presentaron interesantes iniciativas empresariales y se debatió sobre el futuro de la industria creativa e innovadora. Así, al lado de las grandes empresas del sector, como los Grupos Godó y Planeta, Focus, Grup 62 y Abacus, pudieron conocerse experiencias tan estimulantes como BMAT, Cromosoma, La Máquina China o Funky Projects.
El encuentro resultó esperanzador, a pesar de la ya clásica deriva hacia la cuestión interminable de la gestión de derechos, y digo bien, porque una vez más se puso en evidencia que el problema está justo en la gestión, que no en el reconocimiento mismo de los derechos de autoría, y la incapacidad de adaptación de algunos de los negocios propios de la distribución y difusión de la cultura, frente a la generalización y diversificación de accesos a los contenidos culturales.
La revolución del acceso universal
Sin embargo, en ésta generalización del acceso está precisamente la base del cambio de modelo social, político y productivo, es decir, el cambio cultural radicalmente revolucionario.
Tal como apuntó Imma Tubella, Rectora de la Universitat Oberta de Catalunya, “hay que tomar conciencia que no se le pueden poner puertas al campo”, rebatiendo unas dramáticas declaraciones de la ministra de Cultura, Ángeles González Sinde, en su intervención en el acto inaugural del congreso ya citado, quién dijo sentirse preocupada por el futuro de “cientos de acomodadores de nuestras salas de cine” frente a la profusión de descargas de películas por Internet”.
Habrá que ver hasta que punto resultan auténticas las expectativas del mundo económico sobre el sector cultural, o, lisa y llanamente, se trata de un movimiento táctico fruto del entorno de crisis generalizada.
Sea como sea, y al margen de que el olfato económico acierte en la prospectiva, la realidad es que, por primera vez en la historia, las relaciones en red pueden ser universales creando estas nuevas geografías, en las cuales todos podemos conectar con todos.
Este nuevo mapa de relaciones pone en entredicho el marco actual de transmisión del conocimiento: el sistema educativo, las escuelas, institutos y universidades, los centros culturales, la investigación, los laboratorios de innovación en las empresas, los medios de comunicación, así como las ciudades como entornos educativos, deben replantearse con urgencia su cometido en este nuevo escenario interactivo y colaborativo.
¿Es posible la autoadaptación de todos estos sectores de manera que devengan espacios para el encuentro donde la colaboración para la innovación y el intercambio de conocimiento sean su principal objetivo?
Más concretamente, ¿podemos esperar su redefinición como Miting Points del conocimiento de manera automática?
Al margen de honrosas y esporádicas excepciones, a tenor de la situación actual y de las más que evidentes dificultades de definición y adaptación a las nuevas realidades en las que se encuentran los centros de enseñanza, los centros culturales, las empresas, y los medios de comunicación, habrá que convenir que el cambio no parece la perspectiva más plausible, al menos a corto plazo.
Reivindicación de la política
De nuevo, y a pesar de, o tal vez debido a “la que está cayendo”, hay que reivindicar la política en el sentido más puro y esencial del término para consensuar, diseñar y proponer el mejor futuro colectivo. Solo una decidida política pública en nuestras ciudades, como el entorno político mas próximo al ciudadano, puede abordar con éxito el reto de la transformación en entornos creativos e innovadores de las caducas estructuras industriales.
¿Cómo establecer estas condiciones? O aún más, ¿cuáles son las condiciones necesarias para transformar nuestras ciudades de la manufactura industrial a la creación innovadora y los servicios relacionados con ella?
No es una cuestión sencilla, dado que los estudiosos de estos procesos no se ponen de acuerdo ni en establecerlos ni en cuantificarlos:
De una parte parece que, con gran aceptación entre algunos de nuestros gestores políticos, según se deduce de la citas de los ponentes en las I Jornadas sobre las Ciudades Creativas celebradas en Sitges el mes de septiembre del año pasado, Richard Florida, geógrafo y profesor de teoría económica de la Universidad de Toronto, inventor del concepto «Clases»
La teoría de las tres T
«Creativas» para definir los trabajadores ocupados en los sectores de la creación, la innovación, el arte y el conocimiento, piensa que la clase creativa está abandonando las grandes ciudades para trasladarse a zonas que le resultan más atractivas «buscando servicios y experiencias de calidad, tolerancia ante cualquier tipo de diversidad y, sobre todo, oportunidades para reforzar su identidad como personas creativas «. Popularmente se conoce esta teoría como la de las tres T: Talento, Tolerancia y Tecnología.
Florida, incluso ha establecido un catálogo de indicadores para medir el mayor atractivo de un lugar sobre otro. En concreto propone contabilizar el número de industrias de alta tecnología, el índice “per capita” de patentes que supongan algún tipo de innovación, el número de parejas homosexuales que viven en la región, el número de artistas creativos, la cantidad de personas con titulación mínima de bachillerato, los extranjeros que viven en la ciudad -índice melting pot- y el cruce de estos índices para establecer un baremo sobre la diversidad y la creatividad.
Naturalmente, se trata de una valoración a la americana, me temo que incluso muy contextualizada en el noroeste del país, que se puede aplicar con mayor o menor fortuna en nuestro entorno para cuantificar el talento, la tolerancia y la tecnología.
A pesar de ello, hay que reconocer que la teoría de las tres T propone una tesis interesante, al incorporar un entorno abierto a las innovaciones culturales como condición decisiva para la emergencia de la clase creativa, además de las ya previsibles sobre la formación, industrias de alta tecnología y patentes de innovación.
En una línea bien distinta, el ya citado Peter Hall, con motivo de la entrega del Premio Europeo del Espacio Público Urbano 2008 en el CCCB, dictó la conferencia «Europe’s Urban Civilisation in a Virtual World» donde buscó un enfoque histórico analizando seis «ciudades creativas»: Atenas, Florencia, Londres, Viena, París y Berlín en varios momentos de su historia, los cuales considera particularmente creativos. Hall llega a varias conclusiones, algunas de ellas coincidentes con Florida, pero otras sustancialmente diferentes:
Todas estas ciudades representaban un punto de atracción para la inmigración, a menudo muy acelerada; todas ellas eran también ciudades cultivadas en las que, mayoritariamente, la cultura estaba en manos de la burguesía, aunque el público, los actores, los creativos, a menudo eran inmigrantes recientes. Es decir, eran ciudades cosmopolitas en el sentido de incorporar con rapidez al recién llegado al tejido social, productivo y cultural.
Finalmente Hall concluyó: «Todas éstas eran ciudades en transición, una transición hacia adelante, hacia modelos de organización nuevos e inexplorados»
Siete condiciones para generar un entorno creativo
Considerando estas dos visiones, como hemos visto no necesariamente antagónicas, y sirviéndonos de los conceptos abiertos que hemos relacionado en el primer párrafo, podemos proponer siete condiciones que bien pudieran propiciar el cambio hacia un nuevo sistema social, basado en la creatividad y la innovación, fácilmente aplicable a ciudades de mediano tamaño.
- El conocimiento compartido como factor clave en la toma de conciencia individual de la capacidad creativa.Los ciudadanos deben entender su participación individual cómo una parte esencial de la capacidad creativa del conjunto. Para ello, la administración debe propiciar esta toma de conciencia estableciendo los canales de participación y puesta en valor de las aportaciones.
- La configuración cosmopolita del entorno configura un mapa de la diversidad con un gran potencialidad creativa.A mayor diversidad, mayor amplitud de las aportaciones creativas. Tradicionalmente nuestras ciudades han acogido un elevado número de personas procedentes de procesos migratorios, las cuales pueden aportar creatividad y innovación de alto valor.
- Un entorno físico cercano a la naturaleza propicia una mayor calidad de vida y un ritmo vital menos acelerado.No son desdeñables los movimientos como “Slow Cities”, especialmente en sus conceptos inspiradores, donde prima el bienestar del ciudadano sobre el crecimiento por el crecimiento. Un entorno relajado de pequeño tamaño permite la implicación del ciudadano en su diseño y, en consecuencia, una mayor adaptabilidad.
- La calidad de los servicios, especialmente los de comunicaciones, que eviten desplazamientos innecesarios.Resulta una obviedad, pero es aun necesario recordar que no es lo mismo comunicarse que desplazarse. Precisamente una mayor fluidez de las comunicaciones -telecomunicaciones- evita costosos e insostenibles desplazamientos. Las administraciones deben tener como una prioridad absoluta la necesidad de conectar en red todo el territorio por medio de cable de fibra óptica. Hoy por hoy, y desde los años 70 del siglo pasado, resulta el único soporte que permite relaciones simétricas, es decir, de igual capacidad para el envío y la recepción de información. La conexión universal y no especulativa debería dejar de ser una utopía, como en su día dejó de serlo la distribución de la electricidad.
- La transición hacia nuevos modelos de relación incorporando el conflicto como un elemento positivo para la generación de nuevos valores.La gestión de la diversidad puede positivar el inevitable conflicto con la incorporación de la crítica, como un elemento imprescindible en los procesos de innovación y de participación. Tratándose de un cambio de valores requiere una adaptación de la política pública que estimule actitudes críticas y participativas.
- El reconocimiento de la propiedad compartida de las creaciones elaboradas en procesos abiertos.Desde un primer momento debe reconocerse la autoría compartida en los procesos abiertos. No se trata de jerarquizar los procesos entre diseñadores, usuarios críticos, emprendedores o ingenieros. Todos ellos están comprometidos por igual en el resultado de la creatividad y, todos ellos también, disfrutarán de los beneficios generados.
- El establecimiento de políticas públicas que garanticen el acceso generalizado al conocimiento.Hay que destacar la necesaria intervención de la Administración Pública en la apertura del proceso a toda la población. En la innovación abierta no puede haber exclusiones de ningún tipo sin una pérdida importante en el conocimiento conjunto, por eso hay que establecer como fundamento el reconocimiento de la diversidad y de la puesta en valor de todas y cada una de las aportaciones.
En este contexto, la ruptura de la brecha digital resulta un elemento básico para dar forma a cualquier proyecto basado en el principio del conocimiento abierto. Si convenimos la necesidad de colaboración universal para llegar a un conocimiento más amplio, no podemos perder ninguna de estas colaboraciones sin que se resienta el resultado final. Es decir, no sólo debemos actuar desde la administración con políticas públicas que faciliten el acceso de todos los ciudadanos a las TIC para evitar la exclusión social, sino que debemos promover que este acceso sea colaborativo, creativo y crítico, para que represente una aportación significativa al conocimiento común.
Algunos ejemplos en casa
Un ejemplo notorio y muy cercano es el Citilab de Cornellà de Llobregat, un nuevo espacio de relación, en el que se experimenta el trabajo colaborativo con distintos colectivos: ciudadanos y ciudadanas a título individual, asociaciones cívicas y culturales, escuelas e institutos, Empresas Spin-off, universidades, comerciantes,. Siempre respaldados por la infraestructura tecnológica y el personal experto necesario para hacerla realmente accesible a todos, es decir, por una política decidida y comprometida en el éxito de la empresa.
También resulta interesante la experiencia recogida por los Living Labs, procesos de colaboración inspirados en el open innovation, para la definición y gestión de multitud de productos y servicios. Algunos de ellos como el de «Río Nacimiento», en la localidad de Abla en Huelva, aprovechan su carácter marcadamente rural para gestionar participativamente la globalidad de servicios ciudadanos, desde los culturales a los socio-sanitarios y asistenciales.
Otra experiencia interesante, que parte del sector cultural, es Anella Cultural, un proyecto que pretende la conexión bidireccional entre los centros culturales de 15 ciudades, que ya compartían actividades culturales y de formación de gestores, de manera que puedan compartir una programación conjunta, la cual abarca, desde la transmisión de algunas de las óperas del Gran Teatre del Liceu a los teatros municipales de la red a talleres para la población escolar producidos por el Ciclo Now del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, o a la programación de actividades de nuevo cuño, como un ciclo de conferencias sobre arquitectura catalana, con la participación de las ciudades conectadas y alumnos de la Cátedra de Cultura Hispánica de la Indiana University junto con otras universidades en EE.UU..
Cultura e innovación
Anella Cultural, proyecto impulsado por el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, la Fundació I2CAT y Transversal, xarxa d’activitats culturals, pone de manifiesto cómo un proyecto surgido del sector cultural puede y debe implicar a otros sectores, operando como punta de lanza de la innovación aplicada a las relaciones ciudadanas.
Tradicionalmente el binomio cultura-innovación no ha operado con fluidez. Además de una evidente falta de recursos asociada a los proyectos culturales, que ha hecho difícil el acceso al equipamiento necesario para abastecerse de tecnología, el alejamiento hay que buscarlo en razones mucho más profundas, posiblemente vinculadas a la separación de las Humanidades y la Ciencia que se inicia a partir del siglo XIX. Jordi Llovet, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universitat de Barcelona, apunta la irrupción de la máquina de vapor y el impulso definitivo a la tecnología fabril manufacturera, como el elemento que dio la puntilla a esta separación. Curiosamente, en estos momentos de crisis de la industria y del cambio hacia la sociedad de la información y del conocimiento, es cuando se plantea con más claridad la necesidad de la confluencia de la ciencia y la tecnología como partes integrantes de la cultura.
Hoy es raro encontrar proyectos culturales en los que no se utilice la tecnología, como sería extraño no encontrar esta tecnología en la vida cotidiana de las sociedades europeas. Cualquier proyecto o proceso, sea o no sea cultural, incorpora las herramientas tecnológicas básicas, sin las cuales no sería realizable. Los centros culturales, museos, teatros, bibliotecas, disponen de material tecnológico para desarrollar su función: ordenadores, proyectores, pantallas, conexiones telefónicas. Muchos de ellos, además, utilizan software específico para instituciones culturales: control de iluminación en teatros y exposiciones, digitalización de fondos documentales, espacio web de información de actividades y, últimamente, algunos de ellos han comenzado a desarrollar redes sociales: Facebook, Twiter, Myspace… con la voluntad de implicar a sus usuarios en la actividad y los eventos programados.
No obstante, el reto actual es superar el uso de la tecnología como una herramienta para el funcionamiento de los centros culturales y conceptualizar la ciencia y la tecnología como partes integrantes de la cultura, del mismo modo que contemplamos disciplinas tradicionalmente consideradas como Humanidades.
Varios estudiosos, profesionales y artistas, trabajan hace años en esta idea, es decir, el acercamiento de la cultura y la tecnología de manera que puedan apropiarse una de la otra, acuñando términos como netart, artdigital, tecnocultura, Internet de las culturas, y promoviendo experiencias algunas de ellas muy próximas y con un éxito notable como la ya expuesta Anella Cultural, Òpera Oberta, Mapa d2, Art futura, Factoría de Talents, Metamembrana.
Asimismo cabe destacar el papel de la Fundación I2CAT, y muy especialmente del profesor de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), Artur Serra Hurtado, doctor en Antropología Social y Director Adjunto de ésta Fundación: él ha sido el alma de muchos de estos proyectos.
Serra afirma que las TIC no son exclusivamente una herramienta y que se pueden considerar como un arte en sí mismas de manera que, teniendo en cuenta las capacidades creativas de quienes las inventan, la cultura del siglo XXI será claramente tecnológica y creativa, superando la clásica separación entre la Ciencia y las Humanidades. Asimismo, está convencido de la evolución de Internet hacia otro Internet 2, mucho más capaz y desarrollado. Basado en contenidos audiovisuales -no alfabéticos-, promueve el acceso a la red de culturas hoy en día excluidas por razón del contexto alfabético. La mayor capacidad de transmisión de información permitirá también el desarrollo de un nuevo arte digital, generando nuevos espacios físicos en las ciudades, que acogerán estas nuevas comunicaciones artísticas.
Entonces, el reto político está claro, la intervención de la administración pública resulta imprescindible para reinventar un sistema educativo basado en la creatividad y la imaginación, rediseñar los centros culturales como lugares de encuentro, crear ámbitos para la libre colaboración ciudadana -físicos o virtuales-, promover procesos de inmersión en el uso de la tecnología, facilitar el acceso al conocimiento y a la información en igualdad de condiciones, propiciar la colaboración abierta como valor necesario para la gestión común de las nuevas empresas del sector del conocimiento y la innovación, y, muy especialmente, aplicar este cambio a la regeneración democrática, la participación ciudadana y el control público de la gestión política.
Pep Fargas.
Gestor Cultural. Gerente de Transversal, xarxa d’activitats culturals. |